Lo encontré sin esperarlo, sin pedirlo, casi sin desearlo pero llegó a mí y me golpeó con dulzura desarmándome por completo.
Temía que mi escudo no aguantase, que me quedara desarmada de nuevo, pero él solo me dio la mano para que dejásemos ambos nuestros muros apartados y fuésemos la protección del otro. Así sin más. No hizo falta invocar, hechizar, ni siquiera revisar la lista de los "posibles", con solo mirarme conseguía remover y encender cada célula de mi cuerpo y eso era bien nuevo considerando el poco temblor que me habían provocado hasta el momento. Si esto es lo que nos hacían soñar con qué debíamos sentir, entonces ya está, ya lo sé y el frenesí que me provoca es tan adictivo que el solo pensar ya no en su extinción, si no en una dosis menor, me aniquila, me consume y arrastra a la superficie todos mis demonios. Pero ahí están otra vez, esos luceros a los que dormiría abrazada y recargan cada hito de mi ser. Se queda conmigo, me salva, como yo le salvo a él, venimos uno al otro conscientes de que llamamos desesperados por otro asalto, otra caricia, otro resquicio de adrenalina para dejarnos con esa cara de atolondrados a la que nos hemos acostumbrado a ver.
Cuando esperas saber cuándo será el momento de dejar de buscar o dejar de esperar por algo mejor, no tienes ni la más remota idea de cómo terminará ese duelo y si quieres saberlo te lo diré, llega cuando tras haberle golpeado con todo, tus miedos, iras, inseguridades y a saber cuántos despropósitos más, lo ves herido, dando vueltas sobre sí mismo como si todos sus demonios estuvieran arrastrándole a él bajo la superficie y aún así, continúa queriendo remar a tu lado. Cuando prevés que no tienes por qué demostrarle nada porque no te está retando, su luz te besa en cada sien y ya no hay dolor ni autocompasión, tal vez por fin tu alma dolida y habituada a buscar un pero se siente en calma y se levanta arropada en un viento y un calor con el que soñabas. Ahí sabes que vas a temer el tiempo que no lo tengas delante por la dependencia que crea ese bienestar al que ya no quieres desengancharte. Si mañana no pudiera volver a verte, me gustaría susurrarte una vez más que mi para siempre durará mientras tu respires a mi lado y si puedo decírtelo una vez más, no podré soportar ni un solo día sin quererte un poco más, sin lamer tus cicatrices para que duelan menos, sin mirarte y darte toda mi energía y todo lo que entiendo por mío sin trucos ni reservas porque adoro cada paso sigiloso que das, delante, a un lado, detrás, encima o debajo de mí y como consigues mirarme como si no pasara el tiempo. Aunque siento no haberme dado cuenta hasta ahora de que en realidad, siempre he creído que me mirabas así pero lo creía fruto de mi mente galopante. Todo, la totalidad, el conjunto y la suma del universo, toman sentido contigo frente a mi corazón y ya no siento los barrotes de mi cárcel particular, ya no hay vergüenza ni rencor porque por fin te he encontrado, tú, el de los mil nombres para mí, llevas ante todo la cruz que me indica que ya he encontrado mi tesoro, que ya sé quién es el Amor.